¿Racismo en el deporte? El intenso debate que generaron los recientes insultos a Vinicius Jr.

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«Lo siento por los españoles que no están de acuerdo, pero hoy, en Brasil, España se conoce como un país de racistas».

Estas palabras pertenecen al futbolista brasileño del Real Madrid Vinícius Júnior tras el partido del pasado domingo entre su equipo y el conjunto de Valencia, donde el jugador de 22 años intentó llamar la atención del árbitro sobre los insultos racistas que recibía de la hinchada local.

Más tarde, Vinícius subió a sus redes sociales imágenes de otras agresiones racistas que ha recibido en distintos estadios españoles en los últimos dos años.

La primera reacción del presidente de la liga de fútbol española, Javier Tebas, fue crítica hacia el jugador: «Ya que los que deberían no te explican qué es y qué puede hacer  La Liga en los casos de racismo, hemos intentado explicártelo nosotros, pero no te has presentado a ninguna de las dos fechas acordadas que tú mismo solicitaste. Antes de criticar e injuriar a La Liga, es necesario que te informes adecuadamente».

Pero después dijo que no pretendía atacar a Vinícius y pidió disculpas si no se entendió su intención, «especialmente en Brasil».

El debate ha saltado más allá del fútbol y llegó incluso a la reunión del G7 en Hiroshima, donde el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, dijo que no se puede permitir que «el fascismo y el racismo» dominen en los estadios de fútbol.

A partir de esta polémica, muchas personas han denunciado en las redes sociales o en los medios de comunicación su experiencia como migrantes o personas que no son blancas en España, de pequeñas y grandes discriminaciones y agresiones, a menudo cotidianas.

¿Reflejan los insultos de una hinchada de fútbol el clima imperante en un país? ¿Es posible determinar si un país es racista? A diferencia de países como Reino Unido, donde el Estado recoge una información detallada del origen étnico o racial de sus habitantes con motivos estadísticos y para fomentar la diversidad, en España esto no ocurriría. Las víctimas no denuncian porque consideran que no va a servir para nada, porque desconocen sus derechos o por miedo a que pueda generarles problemas. Una de cada cuatro, según el estudio, tampoco lo hace porque minimiza o incluso justifica esa situación de discriminación.

El racismo sufrido por Vinícius, por Wiener, o lo que cuenta Fares no es nuevo.

El futbolista camerunés Pierre Weibó, que jugó con Osasuna, Mallorca y Leganés, recordaba esta semana en una entrevista con el medio deportivo Relevo lo duro que fue, por ejemplo, la pregunta que le hizo su hijo a principios de los años 2000: «Papá, ¿por qué cuando tocas la pelota la gente te hace esos ruidos?«. Como en muchos otros países también, este caldo de cultivo se ha multiplicado con la aparición de las redes sociales.

En el caso de Inglaterra, el racismo hacia los jugadores tiene una consecuencia inmediata: la expulsión de los estadios y la pena de cárcel. El ejemplo más reciente es el de Antonio Neill, un chico de 24 años que envió un mensaje racista por redes sociales a un jugador y recibió una condena de cuatro meses de prisión, suspendida siempre y cuando no reincida en dos años, y tres años sin poder asistir a ningún estadio de fútbol del país.

Los insultos a jugadores ha proliferado en redes sociales en los últimos años, y también se mantiene en los diversos recintos deportivos, donde uno de los casos más sonados ocurrió en 2018 en Stamford Bridge, campo del Chelsea, cuando de los seis acusados de proferir insultos racistas a Raheem Sterling uno fue proscrito de por vida y los otros cinco recibieron sanciones de entre uno y dos años sin poder ir al campo.

En los Estados Unidos, un país particularmente sensible con el racismo, todas las ligas importantes (NBA, NFL, MLB, NHL y MLS) incluyen en sus «códigos de conducta de los fans» normas de comportamiento para prevenir actitudes irrespetuosas, con la opción de que los espectadores que las incumplan sean expulsados del estadio, se les retiren sus abonos de temporada e incluso sean arrestados y denunciados.

En Brasil en tanto, el pasado enero se aprobó una ley que endurece las penas del delito de injuria racial (con el que se castigan las ofensas o insultos), equiparándolo al delito de racismo (que penaliza la discriminación).Gracias a esta ley, los insultos racistas se convierten en un delito imprescriptible, castigados con penas de 3 a 5 años de cárcel. Tampoco se permite el pago de fianza para librarse de la prisión preventiva. En Argentina, hace casi diez años que se prohíbe el público visitante en los partidos de fútbol, pero todavía los cánticos discriminatorios se presentan en casi todos los partidos, con niveles variables y con repercusiones dispares.

Y en Chile, pese a que en la liga local los casos son escasos y tienen más sanción mediática que reglamentaria, ante la FIFA y Conmebol los hinchas chilenos son los más castigados del continente. Jugar sin público o con aforos muy bajos durante la clasificación a Qatar tranquilizó la situación, pero no evitó castigos por más de 80.000 dólares, que fueron mucho más drásticos en la Copa Libertadores, donde Colo Colo y la Universidad Católica han sido multados severamente.

Todo un debate que sigue estando en la mesa pero que por ahora parece no tener resultados positivos. La educación no ha dado los frutos  esperados, y las sanciones al parecer tampoco, ya que los casos persisten.